Nadie en el mundo puede presumir de conmemorar 25 siglos
de una carrera. Nadie exceptó las propias ciudades griegas de Atenas y
Maratón.
Y es que corría el año 490 antes de Cristo, en plena
guerra entre persas y griegos, cuando los impresionantes ejércitos de
Darío I se dirigían a la conquista de Atenas. Los atenienses desplazaron
un ejercito hacia la llanura de Maratón, en cuyas inmediaciones había
desembarcado las huestes persas. En la ballata, el joven general griego
Milciades impuso la estrategia y el coraje de sus hoplitas sobre la
maquinaria de guerra persa. Una vez ganada la batalla, Milciades envió
un emisario a Atenas para dar a conocer a la ciudad que estaba a salvo.
Ese soldado se llamaba Filípides y recorrió los 40 kilómetros que
separan la capital griega de Maratón.
Pero como en toda batalla y más aún cuando se consigue la
victoria, la leyenda y los mitos se entrecruzan y varias son las
versiones de la famosa carrera de Filípides.
El historiador Heródoto cuenta que en realidad Filípides
fue enviado a la vecina y rival Esparta, a 240 de Atenas, para pedir
ayuda ante el inminente ataque de los persas. También relata que tardó
dos días en recorrer a pie esa distancia, sin duda toda una proeza
sobrehumana pese a la excelente preparación de los hoplitas atenienses.
Otra versión, más desgarradora y conmovedora es la que
cuenta cómo los persas habían amenazado a los atenienses con destruir su
ejército para luego saquear la ciudad, violar a las mujeres y asesinar a
sus hijos. Ante esta situación, los soldados atenienses se dirigieron a
la llanura de Maratón con el aviso a sus mujeres de que si no sabían
nada de ellos un día después sería porque habrían perdido la batalla.
Ellas mismas se encargaría de matar a sus hijos y suicidarse para evitar
la barbarie persa.
Este sería el motivo por el que nada más ganar la
batalla, Milciades envió apresuradamente a un soldado, Filípides, para
avisar a la ciudad de Atenas que el triunfo era griego y no era
necesario el sacrificio. Cuentan las leyendas que Filípides llegó
exhausto y solo pudo decir: «¡Niké!» (¡Victoria!).
Sea como fuere, está claro que la gesta Filípides creo
escuela, marcó estilo y dio al barón de Coubertin la idea de organizar
una carrera de 40 kilómetros en los primeros Juegos Olímpicos de la
historia moderna, allá en Atenas en 1896. Dicha carrera fue ganada por
un pastor griego, Spiridon Luis, obligado a la fuerza a competir y a
ganar por el gobierno griego en pleno fervor nacionalista heleno.
Desde entonces el maratón se ha convertido en una prueba
mítica y clásica del atletismo.
Hay corredores profesionales que corren esta carrera para mejorar los mejores registros mundiales y ganar los grandes maratones comerciales; sin embargo, la mayoría de los corredores que se enfrentan a esta distancia lo hacen preparándose a horas intempestivas, robando tiempo a sus familias y su ocio, sin acceso a fisioterapeutas, gimnasios ni entrenadores ni pócimas milagrosas y con el único fin de traspasar la linea de meta. Una vez lo consiguen, ves a unos que levantan los brazos, otros se abrazan, otros lloran, todos ríen.
Es fácil distinguir a un corredor de maratón, seguramente será seco y enjuto, se le iluminará la cara cuando hable de su futuro reto, del mismo modo que estará huraño y cabizbajo cuando se lesione o no pueda entrenar.
Los vereis bajar de espaldas las escaleras el día después de la carrera debido a los dolores pero satisfechos y contentos a pesar de todo.
Lo dicho, es una carrera especial.
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