A través de un paisaje recio del
profundo Aragón, por la carretera que va de Teruel a Zaragoza, por
Utrillas y Hoz de la Vieja, llegué al antiguo pueblo de Belchite, que
conserva intactas todavía las ruinas de la Guerra Civil. Los espectros
de las iglesias bombardeadas y las calles cegadas por los escombros han
quedado como testimonio de aquel encarnizado horror. En este viaje tuve
que hablar de literatura a alumnos de secundaria entre la algarabía de
unas aulas de instituto llenas de adolescentes cuyas hormonas se
hallaban disueltas en el aire de una primavera explosiva. Probablemente
todos ignoraban la tragedia que sufrieron sus antepasados sobre aquella
tierra adusta. Yo mismo, en lugar de hablarles de héroes de ficción,
pude haberles contado una historia real. Belchite fue tomado por los dos
bandos de la Guerra Civil, ganado y perdido tabique a tabique con la
bayoneta desnuda. Poco antes de iniciarse la última batalla, unos padres
mandaron a su hija, una niña llamada Ángeles, que fuera a decirles a
sus tíos que estaban entrando en el pueblo los nacionales, pero cuando
llegó a casa de sus tíos, los nacionales ya los habían fusilado, a ellos
y a otros parientes. La niña volvió a su casa y se encontró con que sus
padres también habían sido asesinados. Viéndose sola con toda su
familia exterminada comenzó a correr bajo el fuego, dejó el pueblo
atrás, atravesó la llanura, se perdió por los montes y no cesó de
caminar junto a los bruñidos raíles del tren hasta llegar a Barcelona.
Años después esta adolescente se casó con un anarquista catalán
represaliado, que se llamaba Josep Serrat; la pareja vivió en el Poble
Sec entre gente vencida y allí les nació un niño, que con el tiempo
sería un insigne artista muy famoso. Joan Manuel Serrat acaba de crear
unas canciones sobre versos de Miguel Hernández, otro ser inocente,
muerto en una cárcel franquista, aplastado por el fanatismo de un tiempo
atroz. Pude haberles contado a aquellos alumnos de literatura que sobre
las ruinas descarnadas del viejo Belchite la primavera estaba
depositando algunas flores sencillas, del mismo modo que han germinado
en la voz de Serrat muchas palabras de amor desde el terror de aquella
niña que huyó de la sangre y llegó al mar a través de una tierra muy
dura.
(Manuel Vicent, en El País del Domingo 21 de Marzo de 2010)
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